Según la prensa internacional, los primeros cien días de la presidencia de Donald Trump se han caracterizado por tres características preocupantes que, si no cambian las cosas, pueden marcar el resto de su permanencia en la Casa Blanca: improvisación, imprevisibilidad, e incertidumbre.
Trump ha visto como tres de sus medidas estrella no han podido ser ejecutadas, en gran parte debido a la falta de preparación y realismo para convertir rutilantes promesas electorales en efectivas medidas de su administración.
En dos ocasiones sus polémicas medidas migratorias han sido frenadas en seco por los tribunales de justicia. Por no mencionar el agrio enfrentamiento que tuvo en este contexto con la fiscal general del Estado Sally Yates, destituida a los pocos días de que Trump jurara el cargo tras recordar al presidente que por encima de su voluntad está la Constitución. Tras retirar el proyecto, debido al caos administrativo generado por una medida adoptada a toda prisa, Trump presentó un nuevo plan. Y otra vez fue paralizado, hasta el día de hoy, por la justicia federal. Después, el mandatario trató de destruir la reforma sanitaria introducida por su predecesor aprobando la suya propia. Pero ni siquiera fue apoyada por el Partido Republicano y no llegó a votarse en el Congreso. Y tampoco ha conseguido la aprobación de un presupuesto para construir el polémico muro con México.
El discurso populista tiene un recorrido corto. No es extraño que el millonario neoyorquino tenga el grado más bajo en décadas 43% en aceptación de la gestión presidencial en los primeros días.
Además, Trump ha introducido un elemento en su forma de gobernar que se salta cualquier procedimiento establecido, incluyendo a su propio grupo de colaboradores: su cuenta personal de Twitter. En las largas noches frente al televisor, según él mismo ha revelado, le gusta utilizar la red social. Y lo hace igual para amenazar a Corea del Norte, presionar a la industria automovilística, atacar a la prensa, criticar a aliados como Alemania o discutir con el actor y exgobernador de California Arnold Schwarzenegger. Realmente nadie sabe lo que va decir el presidente cuando activa su cuenta. Y no debería olvidar —como parece que lo hace a menudo— que cada palabra suya activa resortes en las Bolsas, ministerios de Defensa y cancillerías de todo el mundo.
Pero sin duda uno de los elementos más desequilibrantes de la gestión de Trump es la incertidumbre sobre el proceso de toma de decisiones. Tras estos cien días en la Casa Blanca la mayoría de Gobiernos —aliados, indiferentes y enemigos— siguen estando a ciegas sobre quién dice qué y cuándo. Continúa el interrogante sobre el verdadero papel de Ivanka Trump y su marido, cuyos negocios prosperan en paralelo a las gestiones gubernamentales, o el de los militares nombrados para puestos clave, como James Mattis, secretario de Defensa, y Herbert Raymond McMaster, consejero de Seguridad.
Con este panorama resulta muy reveladora y alarmante la frase pronunciada por el presidente en una entrevista concedida durante estos días: “Pensaba que sería más sencillo”. Nadie dijo que fuera fácil. Solo él, durante la campaña.