Por Felipe Moraga
En este año 2016, que poco a poco pasa a mejor vida, se ha celebrado de manera muy sentida el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, autor del archiconocido Don Quijote de la Mancha, entre otras obras. Novela de éxito inmediato e imparable, ya en 1607 se representó en Perú, donde fue protagonista de una divertida anécdota en un pueblecito de seiscientas personas.
Sabemos por un manuscrito de la época perteneciente a Francisco Duarte, Presidente de la Casa de Contratación de las Indias, que tan solo dos años después de que la primera parte del Quijote se publicase (1605), varias copias del libro llegaron a América. En el distrito de Pausa, del Corregimiento de Parinacochas, en el antiguo Virreinato del Perú, con motivo de homenajear al Marqués de Montesclaros, que era el recién proclamado Virrey del Perú, se representaron en la placita del pueblo escenas pertenecientes a novelas de valientes personajes de novelas de caballería. Los participantes de este festejo se disfrazaron para la ocasión, interpretando a personajes como el Fuerte Bradaleon, el temible Caballero de la Ardiente Espada y otros aguerridos caballeros literarios. Iban todos magníficamente adornados, llevando máscaras, antifaces, arreglos de oro y otras ostentosas galas y acompañamientos. Según aparece en el documento de la época, entre tan destacadas personalidades caballerescas, inesperadamente “asomó por la plaza… un caballero en un caballo flaco muy parecido a su Rocinante, con unas calcitas del año uno, y una cota muy mohosa”, que no es ni más ni menos que Don Quijote.
La magnificencia y pomposidad de los caballeros quedó ensombrecida por un Don Quijote que aparece por sorpresa con su escudero Sancho y otros personajes de la obra, cabalgando sobre su caballo flaco y desfallecido, portando su escudo destrozado y su ropa vieja y despedazada. Tal disparatado contraste creó entre los demás participantes del evento que provocó la risa de todos los que acudieron, y se ganó el premio del pueblo a la invención “por la propiedad con que hizo la suya y la risa que en todos causó el verle”. El socarrón que estaba disfrazado de Don Quijote fue Luis Córdova, y cuando recibió el premio —cuatro varas de raso morado ganó— continuó con la burla y se lo dio a Sancho Panza, para que éste se lo ofreciese a Dulcinea del Toboso —la ideal dama de la que se enamora Don Quijote en el libro— cuando la viese, con clara intención de seguir con la representación de la obra. La fiesta y la risa no paraban.
Esa precocidad de la obra de Miguel de Cervantes —sólo dos años después de su aparición ya estaba siendo celebrada en las lejanas Américas, lo que resulta asombroso— también era compartida en Europa, en la que gozaba de gran popularidad también, por encima del First Folio de William Shakespeare (que ha sido expuesto en Madison este año). Tal es así, que incluso durante 1625 y 1635, cuando en la propia Castilla se había prohibido imprimir tanto novelas como comedias, al mismo tiempo, el Quijote se seguía imprimiendo, pero en otras lenguas y países. Don Quijote ha sido un gran éxito editorial en la historia literaria. Celebrado en todo el mundo, probablemente Don Quijote de la Mancha sea el libro que más haya ayudado a difundir nuestra lengua, y el libro en español que más sonrisas haya despertado durante más siglos a más gente.