Primero hay que decir que esta será la segunda ocasión que un presidente estadounidense en ejercicio visita Cuba. La primera vez fue en 1928 cuando el Calvin Coolidge visitó La Habana.
Segundo, que aunque este viaje es resultado directo del proceso iniciado el 17 de diciembre de 2014, cuando los presidentes Barack Obama y Raúl Castro anunciaron simultáneamente la decisión de restablecer las relaciones diplomáticas, rotas 54 años antes, la normalización era un camino que se trató de iniciar mucho antes.
En junio de 1975, Frank Mankiewicz y Saul Landau, académicos y figuras políticas de Estados Unidos, ambos ya difuntos, comunicaron al Departamento de Estado su interés en viajar a La Habana. Entonces Henry Kissinger con Nixon tomaron la primera iniciativa y Kissinger aprovechó para enviarle una carta no firmada a Fidel Castro, proponiendo una conversación.
Hubo conversaciones secretas, e incluso acuerdo sobre acabar el bloqueo; pero el contexto de Guerra Fría hizo imposible seguir adelante.
En la actualidad, en un mundo turbulento donde estados completos se desintegran y se entrampan en conflictos insurreccionales, cautiva ver dos pueblos dándose la mano en dignidad e igualdad de trato.
Hay que decirlo, ver a Obama junto a cuarenta congresistas en la tierra de Martí y Fidel simplemente conmueve. Una situación impensada que es resultado de la resistencia del pueblo cubano y su lealtad a los principios que forman parte hoy de su sociedad, como la defensa de su independencia y su proyecto social.
Los cubanos no negociaron en más de 50 años estos principios rectores, e incluso condujeron al actual gobierno de los Estados Unidos a que admitiese los severos daños que ha causado el bloqueo a la población cubana. No hay duda que los boycotts son instrumentos de presión torpes que sólo causan daño a quienes pretende ayudar.
También se debe indicar que el restablecimiento ha sido posible también gracias a la solidaridad de los países latinoamericanos, que se opusieron al embargo. “Como la plata en las raíces de Los Andes” —como escribiera José Martí en su ensayo “Nuestra América”—, el conjunto de los países de América Latina, más allá de sus gobiernos de izquierda o derecha, reclamaron el cambio de la política hacia Cuba.
Entre Estados Unidos y Cuba seguirán las profundas diferencias de concepciones sobre el modelo político, la democracia, cuestiones de derechos humanos, relaciones internacionales. Es natural que así sea, pero como dijo el presidente Raúl Castro: “Destruir un puente es fácil, reconstruirlo sólidamente es una tarea más larga y difícil”.
Personalidades como el Papa Francisco y el Patriarca ortodoxo Kirill describieron Cuba, en su declaración conjunta emitida en La Habana en febrero, como “un símbolo de esperanza del Nuevo Mundo”.
No podemos estar más de acuerdo. Y queremos que siga así.
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