Por Alex Arriaga.
Decidí quedarme en el Capitolio, cámara en mano, lista para entrevistar a algunos de los miles de rostros color aceituna que aparecerían ese día para oponerse a los proyectos de ley AB450 y SB533.
La manifestación del 18 de febrero pasado, o “Día sin Latinos”, fue una declaración política, pero también una celebración. Fue la declaración de la comunidad latina e inmigrante reclamando Madison como su hogar. Esa jornada más de 10 mil manifestantes llenó la rotonda, y también rodearon el capitolio, al grito de “Sí se puede” y “El pueblo unido, jamás será vencido”, mientras tocaban tambores y bailaban.
Como una estudiante de 21 años de edad en la universidad de Wisconsin-Madison, estaba emocionada de ver tantas caras jóvenes que estaban
allí representando a los latinos.
Estaban los estudiantes de las escuelas secundarias locales, los colleges y algunas caras conocidas de la Universidad de Wisconsin. Todos ellos representando una creciente población de nuevos votantes, los “Latino millennials”.
Entre la multitud del Día sin Latinos había también otra estudiante, como yo también de 21 años de edad, Rosa, que pidió que cambiase su nombre, y quien tuvo una experiencia diferente en esa marcha.
Ella representa a ese sector demográfico que no va a participar en las próximas elecciones. Rosa es una inmigrante indocumentada de El Salvador, y generalmente evita exponerse a las agencias de control policial. Teme que por su estatus en los Estados Unidos podría verse amenazada por el mero hecho de asistir a este tipo de eventos.
Rosa llegó a los Estados Unidos a causa de amenazas a su vida.
Las pandillas en el Salvador habían superado la capacidad de control del país, forzando a muchos salvadoreños incluyendo ella misma, a huir.
“Yo siempre cuando salía del trabajo sentía que alguien me seguía”, recuerda.
Rosa también escapaba de una vida donde no había muchas oportunidades para ella como mujer. En su país dejó de ir a la escuela antes de finalizarla porque su padre creía que la escuela no era para las mujeres. ‘En la escuela, las mujeres sólo consiguen quedar embarazadas’, su padre hubiese dicho, y ‘las mujeres deben aprender a cuidar de la casa’.
De los ocho hermanos y hermanas que Rosa tuvo, ninguno ha proseguido con algún tipo de educación superior. En efecto, sus tres hermanas tienen hijos y se encuentran en el Salvador.
Entonces su madre llamó a los dos hermanos que vivían en Wisconsin para que enviasen dinero para pagar la cuota de un coyote, esencialmente un traficante de personas, con la tarea de llevarla a los Estados Unidos. Cuando el coyote fue a la casa de su familia para hacer el trato, él le dio muchas promesas de que sería un viaje seguro. El coyote le prometió una y otra vez, que por el precio de $8000 nada le pasaría.
Un viaje cruzando fronteras
Un 27 de mayo, Rosa celebró su cumpleaños número diecinueve, y también pasó su último día en El Salvador.
Al día siguiente el 28, Rosa inició su viaje al norte. A través de una serie de autobuses y paradas, le tomó a su grupo tres semanas hacer su ruta hasta la frontera a través de Guatemala y México.
Dos días enteros le tomó cruzar el desierto de Texas, ella llevaba muy poca agua y sólo una manzana. Rosa sólo continuaba por el temor a los animales que ya habían atacado uno de los miembros del grupo. Finalmente, su grupo llegó a una casa donde los inmigrantes iban a ser distribuidos en furgonetas.
Su plan original para quedarse en California donde estaban sus tíos falló cuando una incursión de la patrulla fronteriza le significó un viaje a Chicago acompañada de los oficiales de la ley.
Rosa no asistió a su cita en la corte, y desde entonces ha recibido notificaciones de su deportación.
Las fronteras invisibles de Wisconsin
Ella ha estado tratando de vivir formar invisible en Madison, Wisconsin. En su trabajo, se le paga en efectivo, trabaja muchas horas y nunca se toma días libres con el fin de mantener el restaurante abierto, en ocasiones tan tarde como las 3 a.m. para satisfacer el hambre nocturna de multitud de madisonitas.
Al mismo tiempo, Rosa sigue estudiando inglés y busca persevera en trabajar como enfermera una vez que ella pueda obtener el GED. En todo caso Rosa lamenta que este semestre tuvo que dejar a un lado su educación debido a la intensidad de su trabajo en el centro de la ciudad. Mientras barre el restaurante durante ese espacio tranquilo después del almuerzo, u hora punta, ella tiene la convicción que el próximo semestre, se centrará más en sus clases.
Tal vez presione incluso más y llegue ser una doctora, dice Rosa, al tiempo que recuerda a una de sus maestras en El Salvador que trabajaba como profesora mientras estudiaba para convertirse en abogada.
“Sé que es difícil”, suspira Rosa.
Ella sabe que continuar su educación podría servirle mucho tanto si se queda en los EE.UU., como si se tiene que ir. Sin embargo con la noticia de su deportación sobre su cabeza, ella también teme que todo el trabajo que ha puesto en obtener más educación podría ser por nada.
La historia de Rosa puede ser desconocida para muchos latinos de Wisconsin que salieron a la marcha para oponerse de aquellas propuestas legislativas. Pero en realidad para muchos de quienes marcharon ese día, la historia de Rosa suena exactamente igual que la de su madre o padre, tío o tía, amigos cercanos o familiares. Mientras Rosa y otros inmigrantes indocumentados como ella siguen temiendo involucrarse con la policía, los amigos cercanos y familiares, la próxima generación de votantes, se mantiene en pie, sin miedo y contra la injusticia.
El en el interior de la rotonda del capitolio, un estudiante de la universidad de Wisconsin-Milwaukee, Mercedes Hernández declara que está en ese lugar protestando por su familia, por su madre que ha estado llamando a Wisconsin su hogar por dieciocho años. En realidad, mientras la Asamblea del Estado estaba en sesión, Hernández efectivamente tenía un mensaje que entregar.
“La futura generación [política] no tendrá ninguna esperanza de conseguir nuestros votos si no abre sus mente a quienes estamos aquí, pues nosotros no nos vamos a ir pronto”, dijo Hernández. “Si ellos desean el voto latino o que la juventud vote, ahora que muchos están alcanzando los dieciocho años y pueden hacerlo en las elecciones, ellos tendrán que aceptar también a nuestros padres”.
Algunas de las fotografías que acompañan este reportaje son Elizabeth Ruiz Alvarado y forman parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations (enelcamino.periodistasdeapie.org.mx).