Todo el mundo esta semana está hablando de Brasil. Lo primero que hay que decir es que lo lamentamos, y mucho, pues deberíamos estar hablando de Brasil como líder ejemplar de América; pero lo hacemos sobre la profunda crisis de confianza en la que se encuentra.
Todo esto es una tragedia y un escándalo. Una tragedia griega y un escándalo de telenovela.
El escritor Stefan Zweig, perseguido por los nazis consiguió un postrero refugio en Brasil. En 1941 bautizó al país como “La tierra del futuro”; pero desde entonces a Brasil se le culpa de ser una “eterna promesa”.
Un país incumplidor con la promesa de que razón de su tamaño, recursos aislamiento de las guerras y carácter sociable de su sociedad Brasil debería estar en otro lado.
Pero el futuro ha llegado y la única certeza en esta trama inédita nadie sabe en que terminará es que el país sufrirá las consecuencias de esta larga crisis durante mucho tiempo.
Existe un amplio consenso de que la administración de la presidente Dilma Rousseff emplea trucos presupuestarios, pero los expertos legales están divididos sobre si esto corresponde a un delito censurable que implique su deposición de la primera magistratura.
Un segundo punto es que a pesar de los que podemos recoger en las redes sociales, por ejemplo portadas de Facebook, en especial de aquellos de izquierdas militantes, la acusación contra Dilma Rousseff no es un golpe de estado: Es un encubrimiento.
La presidenta de Brasil pudo haber violado la ley, pero los legisladores corruptos están tratando de hacerla caer para distraer la atención de sus propios problemas.
Por eso, a pesar de considerar a los millones que han salido a las calles de Brasil para gritar contra ella, se percibe un argumento sólido cuando Dilma Rousseff declara sentir que ha sido perjudicada por un proceso sin sustancia.
Frente al juicio político, Dilma Rousseff debe luchar por sobrevivir, y luego probar que puede contribuir a disminuir la corrupción
La triste realidad es que la agitación política y económica que ha alienado a Brasil durante los últimos dos años está lejos de terminar. No hay duda que la acusación contra Rousseff y el resultado de ella no pondrá fin a la agitación social en Brasil.
Si ella sobrevive al esfuerzo de la mayoría del poder legislativo para expulsarla de la primera magistratura, luego ella debería impulsar y ejecutar alguna acción o prueba convincente de que está capacitada para acabar con la corrupción y sostener la economía de Brasil.
Caso contrario, sus mezquinos acusadores tendrían razón, el ciclo de éxito y renovación política que trajo el Partido de los Trabajadores el 2003 se agotó sin redención posible. Ya no habría lealtad que guardarle al PT (Partido de los Trabajadores), y no habría más que sumarse al coro que dice “Entonces que caiga Cesar”.