Por María Eugenia Ludueña
(Argentina).
Mario Bravo nació en un centro clandestino de Tucumán, entre mayo y junio de 1976. Su mamá, Sara, había sido secuestrada en julio de 1975, en la puerta de su casa. En la cárcel de Villa Urquiza parió a su hijo: no pudo abrazarlo, ni siquiera confirmar si era varón o mujer. Los dos se acercaron en diferentes momentos a Abuelas la organización que incansablemente busca los hijos nacidos en prisión de opositores a la dictadura Argentina.
El mes pasado se le confirmó el parentesco: eran madre e hijo. “Es hermosa, como yo”, bromeó él el día del re-encuentro físico ocurrido la semana pasada.
“Nunca más te van a separar de mí”
Lleva la bravura en un apellido que no tenía por qué ser el suyo. Todavía no sabe qué día nació ni quién es su padre. Mario Bravo llegó al mundo en un centro clandestino de detención en Tucumán, en algún momento entre mayo y junio de 1976. Su madre, Sara, trabajaba en un hotel y había sido secuestrada una madrugada de julio de 1975, en la puerta de su casa.
Sara tenía 19 años y dos hijas, de 1 y 3. Aquella madrugada de invierno, un auto le salió al cruce en la puerta de su vivienda y le impidió el paso. De allí la trasladaron a la comisaría, aunque el destino final fue una cárcel clandestina.
Sara estuvo secuestrada ahí y gestó a un bebé en su vientre. Apenas llegó a escuchar el llanto de su hijo. Todo lo que recuerda es que un enfermero se lo arrebató inmediatamente. No pudo abrazarlo, ni siquiera confirmar si era varón o mujer. En noviembre de 1976, después de más de un año y cuatro meses de cautiverio, la liberaron al costado de unos cañaverales.
Sus dos hijas fueron a parar una a un orfanato y otra a casa de una vecina, hasta que logró recuperarlas. Con el tiempo, tuvo cuatro hijos más. Vivió amenazada durante varios años.
En otra provincia de Argentina, la de Santa Fe, Mario Bravo también desplegaba desde chico una búsqueda, diferente. De niño alguna vez sospechó que quizás no fuera hijo de ese matrimonio que lo criaba con cariño en Las Rosas –una localidad agropecuaria, a orillas de la ruta 178, a 40 kilómetros de Córdoba-. Pero no lograba confirmarlo. Con los años, las dudas crecieron. En medio se casó con Maru y tuvieron tres hijos. En febrero de este año, se acercó con sus dudas a la filial de Rosario de Abuelas de Plaza de Mayo.
Desde la década de los ‘70, por el trabajo incansable de Abuelas de Plaza de Mayo, bebés que fueron secuestrados junto a sus padres o nacieron en cautiverio y fueron apropiados durante la dictadura han recuperaron su identidad.
Con su verdadera identidad recuperada, Mario dejó de ser hijo único: “No tenía a nadie. Ahora tengo seis hermanos, varios sobrinos y mucho gasto para Navidad”, bromeó. Y destacó el apoyo de su familia: su esposa, sus hijos, “las hermanas de mi esposa, mis suegros, mis amigos que vinieron en caravana conmigo”. Los sobrinos armaron un grupo en Whatsapp y le escribieron: “Bienvenido tío Mario”.
Cuando le preguntaron por su madre, no dudó:
-Es hermosa, como yo.
-Son iguales –se rio Estela de Carlotto, testigo del encuentro.
El abrazo que se dieron madre e hijo fue largo, contenido, interminable. Duró varios minutos. Tardó 39 años.