Los trabajadores inmigrantes son esenciales en la industria lechera de Wisconsin. Pero cuando se lesionan, frecuentemente son descartados.
ProPublica es un medio independiente y sin ánimo de lucro que produce periodismo de investigación en pro del interés público. Suscríbete para recibir nuestras historias en español por correo electrónico.
Un obrero de una granja lechera dijo que fue despedido y expulsado de la casa donde vivía después de decirle a su jefe que sus manos se habían quedado congeladas por haber trabajado afuera en temperaturas bajo cero. Otro dijo que sus jefes tardaron casi una hora en llamar una ambulancia después de que un portón metálico lo aplastó y lo dejó postrado sobre un suelo de un establo cubierto de estiércol. Una tercera trabajadora dijo que su jefe la culpó y se negó a pagar sus cuentas médicas después de que un toro la pisoteó y tiró al otro lado de una cerca. Y otro más dijo que su jefe le dijo que no fuera a la sala de urgencias después de hacerse una herida profunda en un dedo al caerse intentando atrapar a un becerro desbocado. Le dijo que mejor llamara al veterinario.
Estas son algunas de las historias que los obreros inmigrantes te cuentan sobre cómo se lesionaron en una granja lechera de Wisconsin—y lo que pasó después.
Otros dicen que todo está bien – “solo lo normal” – hasta que haces la pregunta de cinco o seis formas: ¿Ha sido pateado? ¿Le ha pisoteado una vaca? ¿Ha caído? ¿Vio sangre? ¿Tiene dolor crónico de espalda, brazos o manos? Entonces, casi inevitablemente, la respuesta es sí.
La renombrada industria lechera de Wisconsin casi sin duda colapsaría sin los inmigrantes que hacen el trabajo sucio y peligroso que, según dicen los granjeros en todo el estado, no quieren hacer los ciudadanos estadounidenses. Pero cuando estos obreros se lesionan—y se lesionan con tanta frecuencia que se considera un aspecto rutinario del trabajo—las leyes están armadas en contra de ellos.
Muchas, si no la mayoría, de las casi 5,700 granjas lecheras no son obligadas a tener un seguro laboral porque tienen pocos empleados, mientras que en las granjas más grandes los supervisores con frecuencia ignoran las lesiones de los trabajadores. Los patrones pueden despedir y desalojar a empleados lesionados casi sin consecuencias. Y la amenaza de ser deportado afecta cualquier decisión que los obreros tomen para reclamar los limitados derechos que tienen.
Como resultado, muchos obreros no reciben ninguna atención médica por sus lesiones, ni compensación, ni siquiera tiempo de baja para recuperarse. Al contrario, están a merced del granjero y tienen que prepararse para la posibilidad de perder su trabajo y el techo sobre sus cabezas.
“Una vez que ya no les sirves a ellos, te botan,” dijo un trabajador que fue despedido y, con su mujer y dos hijas, desalojado en noviembre después de contraer una tendinitis en su mano por mociones repetitivas en el trabajo. “No me gustaría que otras personas pasen por eso.”
Lo que sabemos sobre la frecuencia de las lesiones en las granjas lecheras se entiende en general que es una cifra subestimada. El U.S. Bureau of Labor Statistics (Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos) confía en las granjas para que auto-reporten las lesiones, pero solo le pide esta información a las granjas más grandes. El sistema de compensación laboral de Wisconsin ofrece algunos datos, mostrando que solo un poco más de 170 reclamaciones se hicieron en 2021, el año más reciente disponible, de acuerdo a funcionarios estatales. Pero esta cifra excluye las lesiones que ocurrieron en granjas pequeñas que no tenían seguro de compensación laboral, y también las que nunca fueron reportadas. A menudo, los trabajadores dicen que tienen tanto miedo a perder sus empleos que dicen al personal del hospital que se hicieron daño en casa.
Durante el último año, ProPublica ha entrevistado a más de 60 trabajadores actuales y antiguos que dijeron haber sufrido una lesión en una granja lechera de Wisconsin. Menos un puñado de ellos, todos eran inmigrantes indocumentados; los otros tienen permisos de trabajo. Casi todos pidieron no ser plenamente identificados porque tienen miedo a perder su trabajo o ser deportados. La mayoría pidieron que tampoco se identificaran las granjas donde se lesionaron; ellos o sus parientes siguen trabajando y residiendo en esas granjas y temen represalias.
Pocas lesiones dejan un rastro documental. Los obreros no siempre toman fotos de sus piernas rotas o dientes fracturados o dedos arrancados. A veces ni saben el nombre de la granja donde fueron pateados por una vaca de 680 kilos. No existen archivos médicos para lesiones que no se tratan. Los dueños de las granjas, mientras tanto, no reportan consistentemente las lesiones a las autoridades. Los archivos policiales ofrecen un atisbo de los peores accidentes agrícolas, pero solo cuando alguien pide una ambulancia. Esto rara vez ocurre.
“Es casi como que la gente fuera desechable. Y es horrible,” dijo Martha Burke, una abogada de discriminación y compensación laboral en Milwaukee. “Se supone que los empleadores no pueden echarte si te has lesionado, pero esto no quiere decir que eso no pasa.”
Excluidos de muchas protecciones básicas a las que otros trabajadores tienen derecho, los trabajadores inmigrantes de la industria lechera de Wisconsin son abandonados a su suerte. Piden consejo a los dueños de la tienda latina más cercana para encontrar un médico o un abogado o hasta un sitio para dormir. Compran los analgésicos en cápsulas de una en una a la vez y frotan sus brazos amoratados con una crema azul que es para las ubres de las vacas. La mayoría dijeron que trabajan a pesar del dolor porque necesitan sus sueldos.
Algunos trabajadores discretamente dejan sus empleos—y también Wisconsin—para recuperarse con parientes. Algunos vuelven a sus hogares en México o Centroamérica.
“Estuve meses con el dolor,” dijo un obrero que se dislocó un hombro al resbalar sobre la placenta de una vaca. “Se me quito el dolor cuando me salí del rancho.”
El granjero Andy Lodahl y su esposa les dijeron a sus empleados que se prepararan porque se acercaba una tormenta y tendrían que trabajar “muchas horas” en el frío, el viento y la nieve. “Asegúrese de que todos tengan mucha ropa abrigada,” dijeron que escribieron en inglés en un teléfono, tradujeron lo escrito al español y se lo mostraron a los trabajadores.
Era a finales de diciembre del 2022, y Lodahl dijo que él y su esposa permitieron a sus empleados terminar su turno temprano y les dieron un avance de su sueldo para que pudieran comprarse ropa de invierno.
Seferino José García, 62, estaba acostumbrado a los inviernos brutales de Wisconsin. García, un inmigrante del estado mexicano de Oaxaca, llevaba una década trabajando intermitentemente en granjas lecheras previo a ser contratado unas dos semanas antes en esta pequeña granja a unos 45 minutos al noroeste de Milwaukee. Era uno de tres trabajadores y, en un acuerdo que es habitual en las granjas lecheras, vivía en una casa en la propiedad.
Una mañana, García y sus compañeros se pusieron unos guantes de látex debajo de unos guantes ligeros de algodón para hacer varios trabajos afuera, como palear la nieve y alimentar a los becerros. García dijo que era difícil tener los guantes puestos y mantener el control que necesitaba para hacer su trabajo. La temperatura estaba por debajo de cero con ráfagas de viento de más de 30 millas por hora. García dijo que sentía como si el viento “casi me levantaba.”
Se empezaron a formar ampollas en sus manos. En un momento dado, las sumergió en agua caliente, pero eso empeoró las ampollas. Sin embargo, continuó trabajando. Terminó su primer turno de ocho horas alrededor de las 11 de la mañana y volvió a la casa. Dijo que llamó a la granjera y le dijo que no podía volver para su turno de las 3 de la tarde.
“Ya no siento [mis dedos] ,” dijo en una entrevista. “Ya no podía tocar mi cuerpo con mis manos.”
Los granjeros le dijeron a García que no podía tomar la tarde libre; las vacas tenían que ser ordeñadas. Pero Garcia dijo a sus jefes que no podía trabajar. Uno de sus compañeros tampoco podía; sus dedos también estaban congelados.
Lodahl y su esposa les dijeron a los dos que se fueran de su propiedad inmediatamente. (El tercer obrero también padecía una congelación, pero siguió trabajando, según Lodahl.) Garcia recogió lo que pudo en la casa y se marchó.
La mayoría de los trabajadores con quienes hablamos conocen a alguien que perdió su trabajo después de una lesión o lo han experimentado ellos mismos. Varios también fueron desalojados, incluido el hombre que no pudo usar su mano derecha después de desarrollar una tendinitis a causa de las mociones repetitivas al manejar un minicargador. Para colmo de males, dijo que sus últimos cheques de pago rebotaron por falta de fondos, así que todavía se le deben dos semanas de sueldo.
“Siempre he trabajado en ranchos y nunca me habían tratado tan mal como ahora,” dijo el hombre, quien a mitad de diciembre todavía estaba durmiendo en el salón de la casa rodante de un sobrino con su mujer y dos hijas. “Tal vez sea que sí hay leyes… pero no sabe uno a donde correr.”
La mayoría de los trabajadores de la industria lechera de Wisconsin son considerados empleados “a disposición” que significa que pueden ser despedidos sin causa, aunque los empleadores no los pueden despedir en represalia por reclamar ciertos derechos como una solicitud de compensación laboral. Mientras tanto, varios abogados dijeron que los derechos de los trabajadores frente al desalojamiento están en una zona gris. Aquellos que pueden mostrar que hay una relación arrendador-inquilino—si se retienen costos de vivienda del sueldo, por ejemplo—pueden conseguir más tiempo para mudarse. Pero pocos obreros intentan oponerse a despidos o desalojos.
“Estas personas no quieren problemas,” dijo Gabriel Manzano Nieves, un abogado que proporcionó consejos legales a García pero no presentó una demanda. “No quieren que alguien les llame a la policía. Obviamente no va a pelear mucho bajo estas circunstancias.”
Después de ser despedido y desalojado, García manejó hasta Lupita’s Market & Restaurant en la ciudad cercana de Beaver Dam, donde normalmente hacía sus compras. Meinardo Enríquez, el dueño de la tienda, dijo que le riñó a García por no haberse puesto guantes apropiados. Presionó sus ampollas para sacarle algo de fluido que aliviara el dolor, y animó a Garcia a conseguir atención médica.
Aquella noche, García durmió en la lavandería al lado de la tienda. Antes del amanecer, se fue a Carolina del Sur, donde tiene una sobrina. Había colocado una camisa sobre su regazo para recoger la sangre que goteaba de sus manos. Mientras manejaba, dijo que intentó sacar los pensamientos negativos fuera de su cabeza y enfocarse en lo positivo. “Yo pensaba por mi mamá, por mis hermanas, por mis hijos, mi señora,” dijo. “¿Ay Dios mío por qué me pasó esto?”
Cuando llegó a Carolina del Sur, su sobrina le llevó al hospital a pesar de sus protestas. Él estaba preocupado por el gasto. García volvió algunas veces más para ser examinado, pero dejó de ir en febrero cuando se le acabó el dinero.
Para abril, según dijo, la sensación empezó a volver a sus dedos. Había perdido seis uñas y le dijeron que las otras también se caerían. Estaba haciendo ejercicios de terapia física que le habían enseñado en el hospital. Quería buscar un trabajo, pero no sabía qué podría hacer dado que sus manos no funcionaban como antes.
Lodahl, mientras tanto, dijo que perder dos obreros inesperadamente puso una gran presión sobre él y su esposa justo antes de Navidad. Costó varios días reemplazarlos—días durante los cuales los granjeros tuvieron que trabajar día y noche con el único empleado que les quedaba para que la granja siguiera funcionando.
“Las vacas no dejan de hacer leche solo porque la gente hace la elección de ser insubordinada y no tienen la capacidad de auto-preservación y no se presentan a trabajar,” escribió en un correo electrónico.
Los granjeros dijeron que despedir y desalojar a obreros que se negaban a trabajar estaba justificado. Eran los trabajadores, dijeron, quienes tenían la culpa por no haberse abrigado mejor y congelarse como resultado.
(Los trabajadores que sufren congelación u otras lesiones relacionadas a las temperaturas extremas pueden hacer reclamaciones de compensación laboral, de acuerdo con funcionarios estatales y abogados. Pero la granja de Lodahl no tenía suficientes empleados para ser obligada a tener un seguro laboral.)
Antes de la llegada del invierno este año, Lodahl y su esposa compraron guantes gruesos para sus empleados.
En otra granja lechera cerca de Milwaukee, una nicaragüense trabajó durante meses sin buscar asistencia médica para tratarse una lesión porque no sabía cómo pagarla.
Carmen, que tiene 40 años, dijo que sentía tanto dolor en su cabeza, espalda y los brazos que casi no podía pensar claramente. Dijo no saber cómo se había hecho daño, pero sospechaba que estaba relacionado a las mociones repetitivas de conectar y desconectar los tubos de ordeño a las ubres de las vacas cientos de veces durante el día.
“Caminaba de lado, no caminaba recta,” dijo. Pero “me toca callarme y tragarme todas las cosas.”
Carmen, una madre soltera, gana $12 por hora y trabaja 10 horas cada noche, seis noches a la semana. Además de mantener a una hija joven y a su madre enferma en Nicaragua, dijo en noviembre que todavía debía $13,000 a la persona que le prestó el dinero para emigrar a los Estados Unidos el año pasado.
Dijo que no le ha informado a su empleador de su lesión porque teme que se vaya a enojar y despedirla. Carmen y su hija viven en una casa que los dueños de la granja proveen a sus trabajadores.
A través del estado, los obreros de la industria lechera se enfrentan a una serie de barreras que les impide conseguir cuidados médicos: transporte limitado, el desafío de conseguir que alguien cubra su turno, y el alto costo de la atención médica sin seguro de salud.
Muchos obreros dijeron que sus supervisores minimizaron sus lesiones y les dijeron que volvieran al trabajo, aunque no podían caminar. Entre ellos: una mujer de 52 años quien dijo que un golpe de una vaca la dejó inconsciente hace dos años en una gran granja del oeste de Wisconsin. Cuando los supervisores se negaron a llevarla al hospital, un compañero la acompañó en coche, según la mujer y el compañero.
Más tarde, un médico dijo que podía volver al trabajo si tomaba descansos frecuentes. Pero el dueño de la granja le dijo que no podía acomodar sus necesidades y la despidió, dijo la mujer. Hoy, la mujer no puede trabajar para nada, duerme en el tráiler de un amigo y depende de un banco de alimentos donados. Camina con bastón y no puede pagar más tratamientos médicos. También debe casi $70,000 por los tratamientos que ha recibido.
“No han pagado los biles,” dijo de sus ex empleadores. “Dijo que me daban $2,000 para que me fuera a México.”
Otros trabajadores dijeron que habían sido humillados, insultados y llamados epítetos raciales por sus supervisores después de haberse lesionado. Como consecuencia, no insistieron sobre el tema y nunca tuvieron atención médica.
“Nos da miedo decirles porque se pone enojón, a gritar y decir malas palabras,” dijo un obrero de 54 años quien dijo que una vaca le pateó en el pecho el año pasado mientras la ordeñaba. “Me compuse solo. Me pensaba ya morir.”
Aún cuando los supervisores permiten a los obreros buscar atención médica, se enfrentan a otros obstáculos. Los trabajadores normalmente ganan entre $11 y $15 por hora. Pocos consiguen seguros de salud a través de sus empleos. El programa de seguro público del estado, BadgerCare Plus, no cubre a los adultos indocumentados al menos que estén embarazadas o de parto. En emergencias médicas serias, podrían calificar para recibir cobertura de BadgerCare Plus, pero esta opción es poco conocida entre los obreros.
Además, el estado prohíbe a los inmigrantes indocumentados obtener licencias de conducir, tal y como ProPublica ha previamente reportado, lo que obliga a muchos trabajadores a depender de amigos, compañeros y supervisores para viajes a la clínica o el hospital.
Después, los obreros tienen que evaluar si pueden permitirse el tiempo libre no pagado para ir a ver a un médico. Los trabajadores rutinariamente hacen de 70 a 80 horas por semana, repartidas entre turnos múltiples cada día, a veces sin días de descanso. Así es especialmente en el caso de inmigrantes recientes que quieren trabajar más horas para pagar las deudas que deben a la gente que les ayudó llegar a los Estados Unidos.
Y mientras Wisconsin garantiza a los trabajadores al menos un día de descanso cada semana, la ley excluye a la industria lechera.
Los trabajadores también tienen que encontrar a alguien para cubrir sus turnos y “el jefe tiene que decir si eso está bien,” dijo Lisa Schiller, una profesora asociada en la Universidad de Wisconsin Eau-Claire y enfermera titulada que administra una clínica itinerante que visita las granjas en el lado oeste del estado en colaboración con departamentos de salud de dos condados. Dijo que conoce a algunos granjeros que ayudan a sus trabajadores a llegar a las citas médicas y que hasta cubren sus turnos ellos mismos. Pero otros no lo hacen.
Varios obreros dijeron que habían sido presionados para volver al trabajo antes de haberse recuperado, entre ellos un hombre que perdió parte de un dedo y temía que las heces de vaca pudieran entrar en su herida. Dijo que escuchó a un supervisor decirle al médico que no hiciera una cirugía para cerrar la herida porque se necesitaba al trabajador en la granja al día siguiente. El trabajador dijo que le chocó tanto que preguntó a una intérprete del hospital si había escuchado bien; ella lo confirmó y añadió que tenía el derecho a ser tratado sin la presencia de su supervisor. El trabajador le pidió a su supervisor que se fuera y le hicieron la operación.
Otros dijeron que fueron reemplazados en el trabajo por otro empleado mientras se recuperaban.
La ley federal permite a muchos trabajadores tomar tiempo libre para sus necesidades de salud sin perder sus empleos. Pero esta ley sólo se aplica a empleadores que tienen al menos 50 empleados, y pocas granjas lecheras de Wisconsin son suficientemente grandes para calificar. Mientras tanto, el Americans with Disabilities Act (la Ley para Americanos con Discapacidades) exige a los empleadores dar apoyo razonable a obreros cuya lesión les deja con una discapacidad o una discapacidad percibida. Pero la agencia federal que hace cumplir esta ley sólo cubre a los empleadores con al menos 15 empleados.
Los obreros en granjas pequeñas que creen que fueron despedidos a causa de su discapacidad pueden interponer una querella por discriminación con el estado. El estado no tiene información sobre cuántas quejas vienen de trabajadores de las granjas lecheras, pero varios abogados dijeron que pocas vienen de los trabajadores de esas granjas.
Un trabajador dijo que necesitó seis semanas para curarse después de que le embistió un toro y le rompió la nariz, la mandíbula y varios dientes. Durante ese tiempo, la granja había contratado a otro hombre para sustituirlo como el trabajador principal en la sala de ordeño. Cuando volvió a la granja, tuvo que trabajar bajo la supervisión del empleado que le había sustituido.
Dijo que sufrió frecuentes dolores de cabeza y visión borrosa, y que sintió presión para irse. Entonces, finalmente, se fue. Tardó más de cuatro meses en conseguir otro trabajo.
Algunos granjeros se aseguran de que sus empleados reciben los tratamientos y el tiempo de recuperación que necesitan. Varios obreros dijeron que el dueño de su granja les llevó en coche a una sala de urgencias o a una clínica y pagaron de su propio bolsillo por los medicamentos. Algunos dijeron que sus supervisores no dudaron en presentar una solicitud de compensación laboral para cubrir sus gastos médicos.
Un hombre, un inmigrante de Nicaragua, describió con asombro la reacción de su jefe al enterarse de que una vaca le había pateado la mano contra un poste metálico. El dueño de la pequeña granja en el centro de Wisconsin, donde él es el único empleado, lo llevó a una clínica, pagó la visita y le dio una semana entera con sueldo completo para curarse. Cuando les explica a sus amigos que trabajan en otras granjas lo que pasó, dijo “hablamos y no creen. Es algo que a pocos les pasa.”
Para Alicia Fetzer, que maneja las cuentas de la granja grande de su familia en el oeste de Wisconsin, es un asunto de humanidad básica. Dijo que la granja típicamente cubre los gastos relacionados con lesiones menores y deja los reclamos de compensación laboral para accidentes serios.
Pero sabe que no todas las granjas pueden fácilmente costear esto. “No ignoro el hecho de que somos muy exitosos, así que tenemos los fondos para decir, ‘Oye, tengo que llevar a este hombre a urgencias y a lo mejor pagaremos esta cuenta’,” dijo. “Eso no me pone en aprietos.”
En muchas granjas, la expectativa es que los obreros pagarán por su propia atención médica después de una lesión laboral. Un hombre a quien le rompieron por la mitad los dos dientes delanteros después de que una vaca le dio una patada el mes pasado, dijo que su patrón le dio un papel con el nombre y número de una clínica dental que trata a residentes sin seguro. Llamó, hizo una cita, y está a la espera de ser tratado.
Mientras tanto, el hombre dijo que intenta mantener la boca cerrada cuando está afuera para que el aire de invierno no golpee sus dientes abiertos. “No se siente cómodo,” dijo el hombre, que tiene 32 años. “Si no es legal, pues uno a veces dice, ‘Ni modo.’ ¿Qué va hacer?”
Varios trabajadores dijeron que usan clínicas gratis o de pago proporcional para tratar sus lesiones. Rebecca Steffes, la enfermera administradora de una clínica gratuita en Dodgeville, en el suroeste de Wisconsin, dijo que de forma rutinaria recibe a trabajadores lecheros con una gama de lesiones—desde patadas y exposición a químicos a dolores lumbares y síndromes del túnel carpiano. La clínica ayuda a los obreros con lesiones más serias a conseguir tratamientos en un hospital local a través de un programa de atención caritativa.
“Realmente me gustaría ver a los granjeros tomar responsabilidad por sus trabajadores,” dijo Steffes, quien creció en una granja lechera en el estado. “Los están trayendo acá. Están trabajando acá. Debemos crear un sistema que también cuide a los trabajadores y sus familias.”
Algunas veces, los trabajadores lesionados casualmente consiguen atención médica gracias a la generosidad de alguien fuera de la granja que fortuitamente se fijó en ellos. Esto fue lo que le pasó a Carmen, la nicaragüense que teme decirle a su jefe que está lesionada.
Hace unos meses, Carmen estaba cojeando y aguantando su cabeza con un malestar tan obvio que los dueños de la tienda mexicana donde cobra sus cheques la convencieron de que necesitaba atención médica. El dueño llamó a su propia madre y le pidió que condujera a Carmen hasta un hospital.
Carmen solo le dijo al médico acerca del dolor en sus brazos y su espalda que le dificulta hacer su trabajo. No le mencionó su dolor de cabeza constante y punzante, ni la irritación de su ojo causada por la salpicadura de una solución de yodo usada para desinfectar las ubres de las vacas. Temía preguntar sobre demasiadas cosas y que le cobraran por tratamientos que no podía pagar.
El médico le dijo a Carmen que su dolor de hombro y espalda eran debidos a las mociones repetitivas del trabajo, tal y como ella había sospechado. Le recetó medicamentos para controlar el dolor y le dijo que los turnos de noche le causaban un estrés adicional que revertía en su cuerpo.
Pero ella sigue con dolores severos. Dice que no tiene dinero para volver al médico.
ProPublica es un medio independiente y sin ánimo de lucro que produce periodismo de investigación en pro del interés público. Suscríbete para recibir nuestras historias en español por correo electrónico.