Todos los años el 18 de septiembre, la conmemoración de la independencia de Chile, es la fecha que congrega a chilenos y amigos del país andino en Madison. Uno de los más más lejanos e “insulares” de todos los países hispanos posee una activa relación con la ciudad.
Por Jorge Zeballos S.- La fonda (establecimiento de comida, bebida y baile) se realizó en el James Madison Park el pasado sábado 20 de septiembre y fue organizada por la Chilean Student Association de la Universidad de Wisconsin-Madison (CSA). El colectivo nuclea a los chilenos residentes en Madison y es presidido por Pedro Jiménez Bluhm, veterinario. La CSA tiene como “advisor” a Marcelo Pellegrini MacLean, profesor de poesía latinoamericana.
Muchas cosas acontecieron durante la viva jornada de más de ocho horas de fiesta, cuecas (el baile nacional), cumbias y pop, comida y juegos en la “James Madison Fonda”, como fue bautizado el evento dedicado a celebrar las tradiciones de la nación austral.
El convite se trata de un encuentro familiar que celebra la independencia del país de la corona española: “Un proceso que se inició el 18 de septiembre de 1810 (…) y que luego de la llegada millonarias inversiones de industrias españolas, parece no terminar”, dijo con humor Jiménez. Por su parte, “Esta es una de las mejores fiestas de 18 que he asistido. Un espacio para reencontrarse con esas pequeñas cosas que se extrañan”, declaró Rodolfo Pérez, quien acompañado de su esposa Sarah Devore han formado una familia chileno-madisonita.
Curiosidades chilenas: juegos, bailes y comida.
En esta ocasión el encuentro incluyó el debut de una banda que interpretó clásicos del repertorio chileno, como “La exiliada del Sur”, “Todos Juntos” y “He barrido el sol”, de Violeta Parra, Los Jaivas y Los Tres, respectivamente. “Tuvimos suerte de encontrar músicos. Así pudimos ensayar poco y divertimos mucho. Salió todo bien porque son nuestras canciones”, explicó con la bandera tricolor como capa y un vaso de piscola en la mano, Luis Reyes, el entusiasta bajista y estudiante UW.
Mientras la banda sonaba, otros celebraron con los juegos tradicionales chilenos. Organizado por Isabel Rojas y Nicolás Galleguillos, el torneo incluyó carreras en sacos de harina, emboque (balero o boliche), tirar la cuerda, trompo, rayuela chilena, un juego de origen mapuche típico de zonas campesinas (diferente a la rayuela hispanoamericana a la que llaman “luche”) y la aparición en el cielo del Istmo del volantín chileno.
Angelina Gentilli explicó: “El volantín es diferente al papalote (en inglés “kite”). Se trata de un cometa pequeño, cuadrado de 40 centímetros, con palillos de coligüe y sin cola”. Sebastián Daza agregó: “Le llamamos ‘chupete’ porque es bravío e inestable de manejar. Está diseñado para “cortar”, o incluso caer en picado sobre sus adversarios”.
Con humor Vanessa Ríos, una economista limeña radicada en la ciudad a orillas del Mendota expresó: “Una cosa que me fascina de los chilenos, es que a juegos, alimentos, bailes estándar les dan nombres adorables. A partir de allí hacen todo un ejercicio de identidad. Los convierten en señas de reconocimiento nacional sin importar clase social. Cuándo salen del país se llevan gran sorpresa al darse cuenta que están en todos lados. Me encanta eso”
Previamente diferentes grupos de voluntarios prepararon empanadas, el plato típico de la nación mapochina: “de pino” y vegetarianas. José Miguel Pérez ofreció una degustación de “pastel de choclo”, una pasta horneada de granos tiernos de maíz, la palabra quechua para referirse al elote tierno. También se ofreció pisco chileno, un popular aguardiente de uva preparada en su versión sour y piscola. El pisco, un destilado de uva, es un controversial tipo de brandy del que se disputan su creación chilenos de la región de Elqui, peruanos del valle de Pisco y bolivianos de Tarija (singani). De igual modo, hubo presencia de vino tinto, el mosto típico de la zona central chilena.
A la fonda llegaron numerosos amigos de otros países como los colombianos Andrea Trujillo y Alejandro Zuluaga. De Estados Unidos, James Weger, Fernando Calderón, Vikram Tamboli, Adam Schesch y Alec Schumacher. El costarricense Diego Fonseca, el abancaino Jaime Vargas Luna, los mexicanos Adela Cedillo y Roberto Yáñez, entre varios otros amigos del país de la estrella solitaria.
Chilenos en Estados Unidos
La diáspora chilena es una de las más pequeñas de «latinos» en Estados Unidos, aun así es la segunda colonia más grande de expatriados chilenos, luego de Argentina.
En 1849 miles de mineros, jornaleros y buhoneros chilenos llegaron a California atraídos por la Fiebre del Oro. En el área de San Francisco y Sonora decenas de “Littles Chiles” se fundieron en la cultura californiana. Algunos de ellos se convirtieron en leyenda, como Joaquín Murieta, bandido para unos, justiciero para otros.
Conforme al censo del año 2010, los chilenos residentes en Estados Unidos superan las 126 mil personas (un crecimiento de 84,2% en una década). El mayor número de ellos reside en Nueva York (20.688), Miami (17.161) y Los Ángeles (10.471).
En Wisconsin la comunidad chilena no es grande, poco menos de mil personas. A pesar de su reducido número se les reconoce un peso cualitativo mucho mayor que otras comunidades, esto se debe a una relación de cooperación universitaria de larga data.
La relación entre Chile y Wisconsin
En el condado de Dane residen aproximadamente dos centenares de chilenos. Se caracterizan por ser una comunidad activa y se trata de una población que ha tenido presencia en la ciudad, en especial a partir de los años 60s con el inicio de acuerdos de cooperación entre la Universidad de Wisconsin-Madison y la Universidad de Chile.
La veterinaria Leticia Gutiérrez Jiménez salió de Chile el 2009 y llegó a Madison el 2012, aquí encontró: “Un lugar multifacético dónde se integran las disciplinas. Uno colabora con harta gente de distintas áreas y es fácil crear lazos. Siempre sorprende la cantidad de recursos técnicos disponibles, por ejemplo para diagnósticos de enfermedades zoonóticas, aquellas que se transmiten de animales a humanos”.
El origen de esta peculiar relación se puede trazar desde el año 1925, con la llegada del chileno Eduardo Neale-Silva, un talquino que a los 19 años ingresó en la Universidad de Wisconsin, en cuyo Departamento de Estudios Hispánicos obtuvo la Maestría en 1928 y el Doctorado (PhD) en 1935. Madison fue la ciudad donde vivió por más de 60 años y la Universidad de marras, su Alma Mater donde se desempeñó por 51 años, hasta su jubilación en 1976.
Neale-Silva, se especializó en la obra del escritor peruano Cesar Vallejo y dirigió docenas de tesis de MA y PhD sobre cultura hispanoamericana. El académico fue parte de una generación pionera de hispano-americanistas que ayudaron a Norteamérica, en palabras de su colega Alfredo Roggiano: “En el avance de una imagen real y autentica de la vida y la cultura de nuestros países”. Un grupo también conformado por otros como el dominicano Pedro Henríquez Ureña en Minnesota (filólogo) y el chileno Arturo Torres Rioseco en Berkeley.
Eduardo Neale fue quien forjó una unión permanente entre su país natal, Chile, y su tierra de adopción, Madison. En especial, con la creación de una beca para ciudadanos chilenos que buscan asistir a la Universidad de Wisconsin-Madison.
Un momento significativo de esta relación ocurrió durante la década de 1960 con ocasión de la visita de numerosos estudiantes de postgrado a Chile por intermedio del Land Tenure Center, entre otras instituciones wisconsonitas. El contexto fue el estudio de reforma agraria chilena en una época de cambios políticos estructurales en América Latina,
Producto de esta relación, durante los años 70s Madison fue uno de los centros de solidaridad con Chile en el Midwest. Decenas de eventos solidarios con los perseguidos chilenos durante la dictadura militar chilena tuvieron lugar en la ciudad. En un reportaje publicado en la más reciente edición de The Progresive, Norman Stockwell, productor de radio WORT, explica el destino de estos norteamericanos del Medio Oeste en Chile.
“Tan lejos y tan cerca” declararon varios chilenos para definir la peculiar relación entre Chile y Madison. Vinculo fraternal que se enraíza con quienes se quedan aquí, como el ingeniero Claudio Muñoz Torres. Llegado el año 2003 desde la ciudad de Concepción, hoy reside en Appleton donde ejerce como ingeniero en desarrollo de procesos en la multinacional Kimberly-Clark. En compañía de su hijo chileno-estadounidense Muñoz sintetizó: “Todo salió excelente, se ve una Asociación consolidada. Diez años atrás éramos sólo un grupo pequeño de estudiantes, hoy están para marcar una presencia mayor. Los chilenos son una voz ineludible en Madison”.