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Cuando tenía 11 años, Fanta Fofana, nacida en EE. UU. fue testigo del arresto de su padre, un inmigrante de Senegal, por parte de los agentes de inmigración. Después de ser deportado, Fofana que hoy tiene 17 años, dice que con frecuencia se siente estresada y excluida. /Crédito de foto: Anthony Advincula, New America Media
NUEVA YORK — En tan sólo unos pocos minutos los agentes del servicio de inmigraciones pueden arrestar a los padres indocumentados en el hogar bajo la atenta mirada de sus hijos. Pero este incidente puede tener como resultado consecuencias físicas y psicológicas de por vida para esos niños que observan estupefactos cómo se llevan a sus padres.
“No se trata solamente de un incidente traumático, es más bien el comienzo de una serie de incidentes traumáticos en las vidas de estos niños”, afirma el Dr. Adam Brown, profesor clínico adjunto del Departamento de Psiquiatría Infantil y Adolescente de NYU Langone Medical Center. “Esa es la verdadera dimensión de este problema”.
Todos los días, más de mil inmigrantes son deportados de Estados Unidos. Muchos de ellos son padres que fueron arrestados y esposados frente a sus hijos, antes de ser trasladados al centro de detención donde esperan la sentencia para ser deportados. A lo largo del tiempo esto significa que cientos de miles de niños corren riesgo de sufrir un alto nivel de exposición al trauma.
Si bien los niños reaccionan de manera diferente al trauma temprano, dependiendo de diversos factores como la edad, los mecanismos para lidiar con dificultades y el apoyo familiar, según Brown los estudios de investigación indican que ser testigo del arresto o deportación de uno de los padres conlleva a una compleja serie de problemas.
“Estos niños son mucho más susceptibles a sufrir trastornos psicológicos como la ansiedad, el trastorno causado por el estrés postraumático (TEPT), el trastorno de défic
it de atención con hiperactividad (TDAH) y la depresión”, agregó. “Con el tiempo también tienen más tendencia a sufrir problemas relacionados con la educación, tener un coeficiente intelectual más bajo y terminar sin empleo”.
Un informe reciente llevado a cabo por el Proyecto sobre Derechos Humanos Post-Deportación del Centro de Derechos Humanos y Justicia Internacional de Boston College indicó que las reacciones más frecuentes en los niños que son testigos del retiro a la fuerza de sus padres son: pérdida de apetito, cambios en el sueño, llanto y temor. Si bien estos cambios emocionales pueden disminuir con el transcurso del tiempo, los síntomas que afectan el comportamiento, como el retraimiento, el enojo y la agresión persisten al mismo nivel o aumentan a un nivel más alto a medida que pasa el tiempo.
El día en que cambió todo
Llamaron con fuerza a la puerta.
Una mañana muy temprano en el año 2007 los agentes de inmigración irrumpieron en el apartamento del Bronx y despertaron a Fanta Fofana con la gran conmoción.
Fofana recuerda que su padre, Sory, proveniente de Senegal, fue arrestado mientras su madre les suplicaba a los agentes. Ella y sus cinco hermanos menores corrían por la sala llorando.
A pesar del caos y la confusión, Fofana dice que los agentes “no demostraron ningún sentimiento” cuando se llevaron a Sory.
Fofana tenía 11 años y sus hermanos tenían 10, 8, 5, 4 y 2 años. Los seis son ciudadanos estadounidenses por nacimiento.
Todo sucedió muy rápido, dice Fofana. A los pocos minutos, ella, sus hermanos y su madre quedaron sin padre, lo que transformó sus vidas como familia.
“Todavía me hace sentir mal”, dice Fofana en voz baja, hoy de 17 años, con las manos entrelazadas sobre el regazo. Sin pensarlo, toca el borde de su turbante azul con estampado africano que lleva sobre sus hombros. “Todavía estoy triste”.
A pesar de sus esfuerzos por no seguir pensando en la separación de su padre, Fofana reconoce que siente enojo y estrés. En la escuela con frecuencia se siente diferente al resto de sus amigos.
“Me siento excluida”, dice Fofana. “Cuando mis amigos hablan de sus padres, termino llorando sola”.
Con temor sobre lo que puede ocurrir con su familia, Fofana dice que tiene dificultades para mantenerse concentrada y sufre dolores de cabeza.
“Tengo tantas cosas en la mente. Hay veces que no sé a quién recurrir”, dice. “Mis hermanos, mis hermanas y yo todos nacimos aquí. ¿Cómo puede nuestro propio país hacernos esto?”
No hay una política clara
Cuando los agentes de inmigración realizan el allanamiento de un hogar, los grupos independientes de políticas públicas señalan que no existe un protocolo sobre cómo llevar a cabo el arresto de uno de los padres cuando los hijos están presentes.
Los allanamientos generalmente se realizan temprano por la mañana cuando los miembros de la familia se encuentran en el hogar. Con frecuencia los agentes arrestan a uno de los padres sin tomar en cuenta que los hijos son testigos del incidente.
El informe de Women’s Rights Refugee Commission señala que este tipo de operaciones, que no tienen políticas federales ni procedimientos claros para llevar a cabo allanamientos y arrestos domiciliarios, resultan en prácticas incoherentes que no protegen a los niños y su bienestar psicológico.
En cambio, el informe indica que las decisiones que pueden tener un fuerte impacto en el bienestar de los niños quedan a criterio personal del agente de inmigración.
La madre de Fofana, Fatoumata, le dijo a su hija más tarde que los agentes de migración que allanaron el apartamento en realidad buscaban a otra persona de origen africano.
“Los agentes pueden haberle preguntado a alguien del edificio y esa persona los dirigió a nosotros”, dice Fofana.
Durante las operaciones residenciales, los agentes tienen una orden de arresto que indica los nombres de las personas implicadas, pero eso no significa que no puedan detener y en última instancia deportar a una persona que no figure en la orden de arresto. Si llaman a la puerta y la persona en la vivienda les permite el ingreso, pueden interrogar a cualquier persona presente.
Y, si se considera que alguno de los presentes violó las leyes de inmigración, pueden detenerlo sin una orden de arresto.
Por lo tanto, cuando Sory no pudo presentar pruebas sobre su situación migratoria, dice Fofana, los agentes se lo llevaron.
Su madre, que también está indocumentada, no fue arrestada, lo que le permitió continuar cuidando de sus hijos menores. La decisión quedó totalmente en manos de los agentes.
“Pensamos que nuestro padre volvería pronto”, dice Fofana.
Pasó más de una semana cuando se enteraron de que su padre había sido trasladado a un centro de detención en Nueva Jersey.
“[El arresto] fue al día siguiente en que mi padre cumplió 47 años”, dice Fofana. “Fue la última vez que lo vimos”.
Se niegan a pedir ayuda
En general, muchos jóvenes cuyos padres están detenidos o fueron deportados no piden ayuda cuando comienzan a padecer dificultades relacionadas con la salud mental — y esto puede conllevar a sufrir problemas de salud crónicos, según los estudios de investigación sobre experiencias adversas durante la niñez del Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
El estudio del CDC sobre las experiencias adversas durante la niñez indica que con el tiempo se pueden desencadenar problemas relacionados con la depresión, la ansiedad, conductas riesgosas y enfermedades físicas muy enraizadas con los primeros años de desarrollo. De hecho, agrega el CDC, las adversidades padecidas en la infancia “no se pierden, sino que al igual que las huellas de un niño en el cemento fresco, a menudo permanecen de por vida”.
Con aproximadamente 400.000 personas deportadas de Estados Unidos al año, esto significa que no se está dando respuesta al verdadero impacto en la salud mental de las familias que sufren las consecuencias.
El Dr. Sergio Aguilar-Gaxiola, director fundador del Centro para Reducir las Disparidades en la Salud de la Universidad de California-Davis, afirma que la vulnerabilidad de las familias de los jóvenes que han perdido a uno de sus padres por deportación hace que sean reacios a compartir sus experiencias y expresar sus sentimientos.
Muchos de estos niños conocen muy poco sobre los problemas de salud mental y no cuentan con un sistema de apoyo en el que confiar, agregó. Por lo tanto, intentan lidiar con sus problemas de salud mental por sí mismos o ignorarlos creyendo que desaparecerán.
“Tienden a esperar y seguir esperando hasta que ya no pueden seguir aguantando más y se quiebran”, agrega. “Y con el tiempo, duplican o triplican su vulnerabilidad en términos del impacto a su salud mental”.
Aguilar-Gaxiola colabora como líder en un estudio en curso con fondos federales sobre el impacto de la deportación en la salud mental de niños en situación mixta de origen mexicano entre 10 y 12 años de edad. Aguilar-Gaxiola determinó a comienzos de la investigación que aquellos expuestos a las adversidades, incluyendo la deportación de uno de los padres, a una edad temprana son más susceptibles a padecer problemas de salud mental.
“Este tipo de separación puede ser catastrófica para los niños en etapas críticas de su desarrollo”, afirma, asociando sus resultados con el conjunto de investigaciones realizadas en experiencias adversas durante la niñez. “Las adversidades durante la niñez son los indicadores más fuertes del inicio de las enfermedades mentales y pueden aumentar los riesgos de padecer más adelante varios problemas de salud física, como diabetes, asma, dolores de espalda, dolores de cabeza frecuentes, problemas renales e incluso cáncer”.
Un estudio sobre las experiencias adversas durante la niñez también indica que hay una fuerte relación entre las adversidades de la niñez y la muerte prematura en la adultez. Las personas con una exposición dos o tres veces más alta a las adversidades durante la niñez, conforme a los resultados, murieron en promedio casi 20 años antes que aquellos que no experimentaron adversidades.
Nunca es demasiado tarde
Si estos niños tuvieran acceso a una atención de salud adecuada, señala Aguilar-Gaxiola, buscarían ayuda médica. Considera que una gran cantidad de estos niños no sabe a dónde dirigirse para recibir servicios de salud mental. Y si ellos también son indocumentados, sus opciones son aún más limitadas.
“Es muy importante tener un adulto en quien confiar que cuide del bienestar de los niños y les haga ver la importancia de buscar ayuda cuando la necesitan”, afirma. “Los datos también indican que si hacemos algo para contrarrestar el impacto negativo de estas adversidades, las personas que experimentaron importantes traumas pueden ser más resilientes y funcionales”.
Para Brown la clave es contar con una persona a cargo que esté informada y pueda guiar a los niños que se enfrentan a dificultades psicológicas y emocionales.
“Estos niños son con frecuencia mal diagnosticados porque los psiquiatras son reacios a hacer preguntas sobre el trauma ya que tienen miedo a volver a traumatizarlos”, dice Brown. “Pero si hay una persona a cargo que sabe sobre el trauma que el niño experimentó, se puede ser más sensible y encontrar la manera adecuada de atender la conducta del niño”.
En San Francisco, la Escuela Primaria El Dorado ha implementado prácticas restaurativas basadas en información sobre el trauma. Los estudiantes con problemas de conducta en la escuela o que han sido expuestos a actos violentos en el hogar trabajan con un terapeuta, además de los maestros y administradores escolares, con el objetivo de crear un entorno de aprendizaje más seguro y de mayor apoyo.
En el año 2009, antes de que se implementara el programa, se remitían 674 estudiantes a la dirección por peleas, gritos o conducta inadecuada, y 80 de ellos terminaban suspendidos o expulsados de la escuela. Pero el año pasado, con la ayuda de los terapeutas, la tasa de suspensiones de la escuela El Dorado bajó un 89 por ciento, a tan sólo 17 estudiantes.
Aguilar-Gaxiola observó que el período óptimo de prevención es entre dos y tres años desde el momento en que la persona demuestra algún síntoma de trastorno mental hasta que la afección comienza a causar daños a largo plazo.
“Si hay prevención temprana, se puede prevenir otro impacto”, afirma.
Ese impacto no es sólo a nivel personal, indica Aguilar-Gaxiola. También se afecta a nivel social.
“Si una alta cantidad de estos niños termina sufriendo depresión, trastornos de ansiedad y abuso de sustancias, tendremos una población de tamaño considerable con tendencia a sufrir problemas maritales, bajo desempeño escolar y pobreza”, señala.
Manteniendo el optimismo
Según Fofana, Sory y Fatoumata son ambos del pueblo de Tambacounda en Senegal. Cruzaron la frontera hacia Estados Unidos desde Canadá.
Los registros de Sory indican que en el año 1998 violó una orden previa en la que debía retirarse de Estados Unidos, según informa Fofana, y por lo tanto, fue deportado unos cuatro meses después de su arresto en el año 2007.
Poco después de la deportación, Fofana y su familia se han enfrentado a una larga y continua cadena de dificultades.
De inmediato, Fatoumata tuvo que mantener a toda su familia con un sólo ingreso. Pero no podía encontrar un trabajo mejor porque no tenía los documentos necesarios para trabajar legalmente.
Fofana dice que no podían pagar el alquiler de su apartamento en Bronx. Con el tiempo fueron desalojados y se mudaron a un nuevo apartamento en Queens.
“Afectó mis estudios y mis cosas”, agrega Fofana. “Siempre tuve que pedir a mis maestros más tiempo para entregar mis tareas y proyectos”.
Como se indica en el informe de 2013 realizado por Human Impact Partners (HIP, por sus siglas en inglés), la salud y el desempeño académico del niño dependen de la capacidad de los padres para brindar estabilidad económica.
“La detención, deportación y separación de las familias pone a los niños en una situación de desventaja académica”, señala Lili Farhang, co-autora del informe de HIP. “Nuestros resultados validan los estudios previos que sostienen que estos niños recibirán menos años de educación, tendrán más problemas para concentrarse en sus tareas escolares, lo que potencialmente puede traducirse en un ingreso más bajo cuando sean adultos”.
Además, según un estudio realizado por Urban Institute sobre allanamientos relacionados con temas de inmigración en seis ciudades de EE. UU., aproximadamente 1 de cada 5 niños tuvo dificultad para mantener sus calificaciones en la escuela después del allanamiento.
El informe también agregó que la deportación del padre de la familia conlleva a que muchos de esos padres deportados pierdan contacto con sus hijos.
Las madres que quedan solas, como el caso de Fatoumata, a menudo se encuentran en una situación legal difícil. A diferencia de las madres cuyos esposos fueron despedidos o resultaron lesionados, estas mujeres no cumplen con los requisitos para recibir la indemnización a los trabajadores o beneficios por desempleo para ayudar a pagar las cuentas.
Para el resto de los miembros de la familia que permanecen en EE. UU., agrega el informe, la pérdida del ingreso de la persona deportada puede conllevar a una situación vulnerable en lo relacionado con la vivienda y la alimentación — pasando de un ingreso bajo a la pobreza — y a generar problemas psicológicos.
La mayor preocupación de Fofana al momento es que se iniciaron los procedimientos de expulsión contra su madre. Con la ayuda de un grupo de defensa de la inmigración, se presentó una solicitud de asilo en su nombre.
Fatoumata tiene una audiencia programada con un juez de inmigración más adelante en el año.
“Mi madre nos dice que seamos optimistas”, dice Fofana. “Pero todos los días temo que también se la llevarán y nos quedaremos sin padres”.
Este proyecto fue producido como parte de Reporting On Health Collaborative, en el que participan New America Media en Nueva York y California, 90.5 WESA, El Mundo Hispánico en Atlanta, Radio Bilingüe en Oakland, Univision Los Angeles (KMEX 34) y ReportingonHealth.org. Este proyecto en colaboración es una iniciativa de The California Endowment Health Journalism Fellowships de la Facultad Annenberg de Comunicación y Periodismo de la University of Southern California.