El programa FUNNE fortalece a familias latinas con niños con necesidades especiales a través del apoyo emocional, la educación y el poder de la comunidad
MADISON, Wis. — Cada segundo sábado del mes, en una sala del Centro Católico Multicultural (CMC), se escucha algo más que voces: se siente esperanza. Familias latinas que cuidan de hijos con necesidades especiales se reúnen para compartir, aprender y recordar que no están solas. Se trata de FUNNE —Familias Unidas con Niños con Necesidades Especiales— un programa comunitario que, desde hace más de veinte años, ha sido un faro de guía y compañía.

Creado por Liliam Post y otros líderes visionarios, FUNNE ha evolucionado para ofrecer mucho más que información: hoy es una red de apoyo donde se entrelazan saberes profesionales, experiencias personales y corazones solidarios.
“Las familias que tenemos niños con discapacidad… de una u otra forma necesitamos aprender cada día”, expresó una madre durante una de las sesiones. Esa sed de conocimiento es precisamente el motor que mueve al programa. En colaboración con organizaciones como LOV INC., los encuentros mensuales abordan desde el diagnóstico y los recursos disponibles, hasta estrategias prácticas para mejorar la calidad de vida de los niños y sus familias.
Pero FUNNE es también un refugio emocional. Las madres, los padres, los abuelos que llegan ahí no solo escuchan charlas informativas. Encuentran una comunidad que entiende su lucha, que celebra sus pequeños logros, que abraza sus lágrimas y transforma el aislamiento en pertenencia.

“Gracias por pensar en nosotros y tener esa ayuda del cuidado de niños, a los tres los pudieron cuidar… ellos salieron felices”, compartió Lismary Urdaneta, quien asistió por primera vez en marzo junto a sus tres hijos, incluyendo una niña con necesidades especiales. Aunque su hija aún no tiene diagnóstico, Lismary encontró respuestas, fuerza y, sobre todo, alivio.
Lo más impactante, sin embargo, ocurrió fuera del salón de padres. “Mi niña nunca se había quedado sola con personas que no conocía… pero cuando salí a buscarla estaba tan relajada y feliz que me quedé asombrada. ¡Duró las dos horas sin llorar! Jugó mucho”, relató emocionada. Para ella, eso fue más que una anécdota. Fue un avance significativo, un destello de esperanza, un paso hacia la independencia emocional de su hija.
Este tipo de avances no sería posible sin los voluntarios que, con paciencia y cariño, cuidan de los niños mientras los padres se capacitan. Su labor es silenciosa, pero esencial. Son el alma invisible que permite que todo funcione.
Brenda Ramírez lo vivió en carne propia. En marzo, acudió por primera vez como voluntaria sin imaginar el impacto que tendría en su vida. “El impacto que dejó en mí esa experiencia fue muy buena… aunque tengo solo un hijo, aún me queda mucho amor para dar a otros”, confesó.

En su mirada se nota el cambio. Conoció a Megan, una niña con discapacidad, y se creó un vínculo inmediato. “Me encantó ayudar. Me gustaría seguir participando… porque ellos también me ayudan a mí con su compañía”, dijo con una sonrisa que no necesita traducción.
Lo que une a Lismary y Brenda es más que el programa. Es la experiencia de conectar desde lo humano. De encontrarse en un espacio donde se honra la diferencia y se construye comunidad desde la empatía. Son el ejemplo perfecto de cómo, sin conocerse, dos mujeres pueden impactarse profundamente.
Programas como FUNNE no solo transforman a quienes participan directamente. Su eco alcanza a toda la sociedad. Cambian la forma en que vemos a los niños con discapacidad. Enseñan que no es “mal comportamiento”, sino una condición que merece comprensión. Revelan que, con apoyo y acceso a información, cada familia puede encontrar su propio camino hacia el bienestar.

En tiempos donde la división parece ganar terreno, FUNNE recuerda que hay otra manera: la del encuentro. “Esta experiencia me confirmó que quiero seguir ayudando. Me llenó el corazón”, concluyó Brenda.
Detrás de cada reunión mensual hay algo mucho más poderoso que un taller o una charla. Hay una comunidad tejiendo vínculos. Hay madres y padres encontrando fuerza en medio de la incertidumbre. Hay voluntarios que se transforman al dar. Hay niños que, por un par de horas, ríen, juegan y sienten que el mundo también fue hecho para ellos.
Para más información sobre el programa FUNNE o si desea participar como voluntario, visite www.cmcmadison.org o comuníquese con Jeliel Peña al (608) 441-3257. También puede escribirle por correo electrónico.
Porque cuando una comunidad se une, no hay límites para el amor, el aprendizaje… y la esperanza.Tools