Por Cecilia Castello Llanrtada
La tecnolgia entra en el aula para fomentar la motivación. Las metodolgias innovadoras impulsan las aptitudes digitales
Los alumnos de Nacho Gómez llegan al colegio en el barrio de Las Tablas de Madrid con la lección aprendida. En clase, no escucharán el temario ni tomarán apuntes. El aula se transforma en un espacio de colaboración en el que, con apoyo del profesor y de la tecnología, plantean trabajos, debaten, hacen deberes y aplican la teoría que antes el docente les envió a casa y colgó en Youtube. Es el mundo al revés.
“En clase ayudamos a reforzar ideas, comprobamos si el niño o niña tiene problemas en la adquisición del conocimiento, hacemos tareas juntos”, explica Gómez, profesor que aplica en su escuela pública el concepto de Flipped Classroom o Aula Invertida. Un modelo que “cambia el rol del profesor” para aumentar la motivación de los chavales.
Recursos como la gamificación (uso del juego) y otras metodologías activas forman parte del día a día de estos maestros innovadores. Para ellos, “ya no es el profesor el que vomita conocimiento, se pone al alumno en el centro”, explica Virginia López, formadora de profesores en nuevas tecnologías y parte del equipo Tablentos. Los alumnos de Primaria aprenden así los ríos de España, el movimiento de la Tierra o visitan museos lejanos con programas de realidad virtual.
“La tecnología entra en el aula como en cualquier otro ámbito. Pero por sí misma no es la solución”, advierte López. “Hay que acompañar a los alumnos en el desarrollo de capacidades, hacerles competentes digitales”. Y señala que en la base está el cambio metodológico. “La tecnología debe ayudar a crear, no solo replicar un contenido del papel a digital”, afirma. “La tableta por sí misma no hace nada”.
Los profesores se apoyan en herramientas que permiten a los chavales ver vídeos, grabar, jugar para evaluar su conocimiento u organizar tareas en grupo. Algunas de esas aplicaciones son gratuitas y otras permiten acceso limitado. Las opciones son muy amplias, desde herramientas de Google para compartir a documentos, a otras como ClassDojo (para gestión del comportamiento de los alumnos), Mindomo (crear mapas mentales) o Edmodo (comunicación de alumnos y profesores en un entorno cerrado). Con otras, los docentes se apoyan entre ellos y el aula se abre al exterior. Por ejemplo, Symbalooes una plataforma en la nube que permite recopilar y compartir recursos entre educadores.
Hugo Muñoz es maestro en un centro de Isla Cristina (Huelva) y aplica la tecnología en sus clases de música y de lengua. En música, utiliza vídeo partituras y trabaja con grupos de niños a los que asigna actividades diferentes como lenguaje musical, expresión corporal o flauta. “En el siglo XIX el objetivo de la escuela era la alfabetización. Ahora se trata de formar al ciudadano del futuro”, explica. El proyecto educativo debería fomentar “capacidades para tomar decisiones, para resolver” y “formar adultos más flexibles”, señala Muñoz, impulsor del proyecto Agora y que tiene en marcha un crowdfunding para diversas iniciativas.
Uno de los riesgos del nuevo paradigma es el uso excesivo de la tecnología en los niños, sobre todo fuera del aula y sin control. “Es necesario enseñar a los niños a buscar en internet, acotar, formarles en qué información es relevante. Hay que acompañar para minimizar los riesgos”, dice López. En esta línea Hugo Muñoz señala la necesidad de “enseñar a lidiar con el exceso de información”.
Los niños recuerdan por la experiencia, dice Gómez. Y hay que “buscar el equilibrio entre el iPad y la libreta. Lo realmente importante al final del proceso es: “¿He aprendido?”.